miércoles, 7 de febrero de 2018

Megaguy salva a una ancianita



Un día cualquiera en FuckingCity: la contaminación llenándolo todo, las palomas cagándose en las estatuas y la gente andando con la vista clavada en su móvil en lugar de en la calle. Doña Fulgencia, una ancianita que lleva toda su vida viviendo allí, vuelve a casa de hacer la compra: unas latas de alubias, el pan y comida para su gato, un bichejo de pelaje blanco al que ha puesto de nombre Lefazo, en honor a su admirado MegaGuy, de quien siempre se declara muy "fans". Una vez salvó a su nieta: cuando a punto de cruzar sin mirar por ir escribiendo en el móvil casi la espachurra un trolebús. Y esas cosas no se olvidan. Desde entonces, doña Fulgencia no se hace de cruces al ver en la prensa al superhéroe de FuckingCity con la chorra fuera, y le cambió el nombre a su gato. El animalito, que antes se llamaba Crispulín, se toma ahora su cuenco de leche bajo el calendario de la cocina de la anciana, en el que mes tras mes se muestra el amplio, largo y gordo superpoder de MegaGuy a todo color. Es alucinante las cosas de merchandising que han llegado a sacar de MegaGuy. Si él viera algo de dinero de aquello... pero como no puede demandar a nadie sin desvelar su identidad, pues los espabilados se hacen de oro.


Pues bien, doña Fulgencia vuelve a casa, decíamos, en esto que un malvado atracador le sale al paso y, tirando del brazo de la frágil ancianita, la lleva hasta un callejón antes de que esta pueda decir "en el ojo no".


—Venga, la bolsa de la compra y el monedero —exclama el atracador, un hombretón enorme al lado del cual doña Fulgencia parece un hobbit, la mujer.


—Ay, pero si no llevo ná, si no me llega la pensión...


—Que me lo dé, señora. Y como no lleve ná, la violo. La hago una cubana —amenazó el atracador.


Doña Fulgencia pasó un poco del miedo a la perplejidad:


—Pero chiquillo, ¿tú me has visto? —repuso la buena mujer—. Si tengo las tetas como dos pellejos, que tengo 84 años...


En esto que, apareciendo por la entrada del callejón, aguerrido, valiente y bien dotado, hace su entrada MegaGuy, siempre dispuesto a ponerse en peligro para socorrer a los demás:


—Tú quieta ahí moza, no temas nada —exclamó MegaGuy encarándose con el delincuente.




—Huy, moza que me ha llamado, qué amable —murmuró la anciana, que conocía por fin a su héroe—. Ahora, lo de la vista tendrías que hacértelo ver... Si es que entre el antifaz y la capucha debes de ver fatal, hijo de mi vida...


El atracador trató de enfrentarse a MegaGuy, amenazándole con una navaja, pero el héroe enseguida reaccionó y, sacándose la polla, soltó una megacorrida que dejó al delincuente atrapado en un amasijo pringoso, adherido a la pared del callejón, listo para que la policía fuera a detenerlo.











Doña Fulgencia se apresuró a darle las gracias a MegaGuy con unas palmaditas en su fuerte hombro:


—Bueno, bueno, hijo, pues gracias por salvarme. Soy muy fans tuya, muy fans. Estás haciendo una gran labor en esta ciudad. Todos estamos mucho más tranquilos sabiendo que andas por ahí corriéndote por todas partes.




—Eeeeh... de nada señora, solo cumplo con mi obligación. Como yo siempre digo, un gran paquete conlleva una gran corrida. O debería.


La ancianita asintió con entusiasmo, sonriente, sin dejar de aprovechar que tenía a su héroe al lado para toquetearle un poco y luego hablarle a sus vecinas de su musculatura.


"Ay, si yo tuviera 50 años menos", pensó doña Fulgencia, antes de bajar la vista hasta la polla de MegaGuy, que seguía bien tiesa goteando lefa. Mega siguió su mirada, y se quedó un poco cohibido, raro en él, estando así delante de la anciana.


—Bueno, bueno, pues yo os dejo a lo vuestro, eh —rompió el silencio incómodo la anciana—. Hala, majo, gracias por todo, sigue así de fuertote.


—De nada señora. Para lo que necesite —contestó Mega mientras la abuelilla se iba a paso lento, con la estupenda sensación del trabajo bien hecho y de una corrida reciente. Después se volvió hacia el atracador, que seguía pegado a la pared—. Bueno, a ver qué hago contigo. Será mejor que llame a la poli...


Y mientras estaba mandando un mensaje a su contacto en la Policía, Mega escuchó una voz a su espalda:


—Ostras... si es MegaGuy. Joder tío, y estás con el rabo al aire... Colega, me fliparía tocártelo... ¿Puedo?




"Ay, admiradores..." pensó Mega, mientras se volvía hacia el recién llegado, un chaval con pinta de golfillo, gorra y ropa deportiva, que iba avanzando hacia él por el callejón con una mano en su paquete y relamiéndose. "Qué dura es la vida de un superhéroe..."


Continuará...































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