miércoles, 31 de enero de 2018

MegaGuy: el nacimiento de un superhéroe

Me llamo Matt, aunque eso es un secreto: la mayoría de la gente me conoce como MegaGuy, el superhéroe de FuckingCity. Ya sabéis: está Superman, Flash, Spiderman, Arrow, Batman... Yo soy MegaGuy, con mi traje ajustado, mis músculos y mis superpoderes. Seguro que estáis deseando saber cuales son... Tienen que ver con el símbolo de mi traje (dos puntas ascendentes, porque siempre me vengo arriba), pero os los describiré después. Solo os voy a avanzar que son la leche y muy, pero que muy sexuales. Me encantan...


Antes voy a hablaros de mí, y de cómo me convertí en el héroe de mi ciudad.





Siempre he vivido en FuckingCity, la gran ciudad. Me crió mi padre. Mi madre murió sin que yo llegara a concocerla. Padecía cáncer, y mi padre hizo todo lo posible por salvarla. Mis padres disponían de recursos económicos, así que no se escatimó en gastos, como el dueño de Parque Jurásico. Por desgracia nada dio resultado. Probaron un tratamiento experimental que ni siquiera sé bien en que consistió. Todo lo que sé es que se trataba de un mejunje químico que le inyectaba un investigador que falleció en un accidente a la mitad del tratamiento. Era una investigación muy confidencial, protegida por mil patentes farmacéuticas y secretos de empresa. Tanto que el investigador se llevó la fórmula a la tumba. Mi madre no pudo completar el tratamiento, y la farmaceútica no pudo completar la investigación. Un fracaso para todos, salvo quizás para mí, aunque entonces nadie lo supo.


Mi madre no descubrió que estaba embarazada hasta después de haber comenzado el tratamiento experimental, y para entonces nadie supo cómo podría afectar al feto, así que mis padres decidieron continuar con la medicación a ver si mi madre sanaba. Hasta que todo se fue al garete al morir el investigador. Mi madre no sanó, y solo vivió lo suficiente para dar a luz un bebé que apenas pudo sostener en sus brazos un momento, antes de pedir a mi padre que me cuidara y dejarnos a los dos.


Mi padre cumplió. Siempre ha sido afectuoso y cercano, y es el único que sabe mi secreto, el único que sabe que yo soy MegaGuy.


En realidad siempre fui un chaval normal, no destaqué especialmente en nada, hasta pasada la pubertad, cuando se empezaron a manifestar mis poderes. Recuerdo la primera vez, fue muy embarazoso. Estaba en el instituto, en medio de una clase. Me aburría, y me puse a mirar fijamente el cogote de un compañero que estaba sentado unas filas más adelante. De repente se levantó, vino hacia mí y me dijo que quería comerme el rabo. Sin más se agachó para meterme mano. Yo me quedé estupefacto. Nunca había hecho nada sexual, no era muy bueno ligando, y encima, siendo gay, tenía un espectro de candidatos reducido. Pues el tío se empeñó en zamparse mi polla. Yo no sabía ni qué hacer. Me levanté de un brinco y me alejé, y él me persiguió. La clase, por supuesto, se interrumpió, y todos se nos quedaron miando. La profesora se puso como loca y le dio un vahído. El chaval tenía tanta ansia por chupármela que hicieron falta tres personas para sacarlo a rastras y alejarlo de mi paquete. Loco me quedé.


Sirvió para que todo el mundo se preguntara la maravilla que tendría que tener yo entre las piernas para que mereciera esa escenita pública, y mejoró mi popularidad. El otro chaval tuvo que cambiar de instituto, no sé qué habrá sido de él. Habrá llegado lejos si ha conservado su tendencia a chupar rabos. Es algo que siempre ayuda.




Aquello, claro, me dio qué pensar, aunque tampoco le di excesiva importancia. Por de pronto me extrañó, pero luego me sentí sexy, aumentó mi autoestima y dejé de buscarle tres pies al gato. Al menos hasta que un tiempo después, en la cola del supermercado la persona de delante, ni siquiera vi si era hombre o mujer, se volvió, me lanzó una mirada golosa y se arrodilló delante de mí. Tuve que salir pitando mientras la seguridad del supermercado retenía a mi pretendiente o pretendienta. Eso ya me pareció más raro: por muy buenorro que mi aumento de autoestima me hiciera sentir, y por muy lanzadas que tuviera mis hormonas de adolescente, vale que le molara a un compañero de clase, pero que alguien totalmente desconocido fuera a comérmela sin mediar palabra, así de repente, ya era más sospechoso, creo. En el porno pasa cada dos por tres, pero en la vida real es más raro de ver...


Así que intenté hacer pruebas. Descubrí que si me concentraba en alguien, a esa persona le entraban unas ganas locas e irresistibles de chupármela (estas pruebas generaron varias situaciones en las que tenía que salir por pies perseguido sin descanso, a veces por más de una persona dispuesta a lo que fuera por meterse mi rabo en la boca. Disparatado. Me vino genial para mejorar mi forma física). Y por fortuna descubrí también cómo controlar mi mente para detener esas ganas. Hubiera acabado con la polla despellejada si no...
Así que ese es uno de mis superpoderes: la megamamada. Lo bueno es que  a la persona que me la chupa le encanta y lo hace de mil amores. Todos salimos ganando.




Mi otro superpoder lo descubrí un tiempo después, en clase de gimnasia. Nos tocó dar vueltas al campo corriendo. Por entonces aunque las persecuciones habían mejorado mi fondo, mi musculatura no estaba tan desarrollada como ahora, y cuando me desfondé me paré jadeando y me quedé a un lado. Había un chico en clase que me gustaba mucho. Aquel día iba corriendo también, Se ve que le dio calor, y decidió quitarse la sudadera. Casi empiezo a sangrar por la nariz al verlo. Me quedé embobado contemplando su torso esculpido, nada que ver con el mío de por entonces, tan desgarbado. Tuve que hacer un esfuerzo enorme de concentración para que no le afectara mi megamamada. Su piel estaba brillante de sudor, y sus músculos vibraban al correr. No fui muy consciente de empalmarme, ya se sabe que a los adolescentes les pasa a cada momento. Pero sí que noté perfectamente, al igual que todo el mundo alrededor, cuando mi pantalón de chándal se abombó repentinamente como si una pequeña bomba hubiera estallado en mis pelotas. Sonó algo así como ¡plaf! y un manchurrón húmedo de lefa empapó... todo, lo empapó todo. Otra vez que tuve que salir pitando a esconderme. Ahí mi popularidad volvió a bajar. Pero descubrí mi otro superpoder: la megalefada. Soy capaz de expulsar una cantidad alucinante de lefa en un momento dado. No es un megaorgasmo, cuando me corro follando suelto una corrida de caudal normal. Es distinto: a voluntad puedo controlar que mis pelotas fabriquen instantáneamente un montón de lefote, y lanzarlo a bastante distancia. No tengo un orgasmo, aunque me da gustito. Y no es exactamente como la lefa normal: es más espesa, más pringosa: Uso la megalefada para atrapar delincuentes, como si fuera una trampa pringosa.




Y ahora, a mis 28 años, llevo tiempo patrullando las calles de FuckingCity y protegiendo a sus habitantes.


Todo empezó hace tiempo. No nací siendo un héroe, ni soy especialmente valiente; mi primer acto heroico fue en realidad por error. Atracaron un banco. Eran tres tíos, armados y violentos. No pudieron salir antes de que llegara la poli, así que quedaron atrapados dentro con rehenes. Salía en todos los canales de la tele. Mi padre había ido al banco. Yo pensé que estaba dentro, aunque al final resultó que no (ese fue el error), pero me alteré pensando que corría peligro. Así que después de dejarme los dedos como muñones de tanto mordisquearme las uñas por los nervios, me decidí y fui allí.


Por supuesto no tenía un traje de superhéroe tope chulo ni nada por el estilo, llegué en chándal y con la cara tapada con una mascarilla de esas como las que llevaba Michael Jackson, que encontré a saber dónde, pero que me daba algo de anonimato. Lo bueno es que tenía mejor cuerpo y no estaba tan esmirriado como antes, de jovencito. Pero pinta de héroe no tenía ni por asomo.


Me colé tras el cordón policial y de una carrera, antes de que pudieran detenerme, llegué hasta la puerta del banco y entré. Me quedé parado nada más traspasar la puerta. Los tres atracadores se giraron sorprendidos hacia mí. Ni siquiera me paré a comprobar si estaba mi padre, y no llevaba ningún plan preparado.


Hala, venga, p'afuera y entregarse, pero ya les solté.


Sorprendentemente no me hicieron ni caso.


Había un par juntos a mi derecha y el otro estaba a la izquierda. Todo sucedió muy rápido. Me bajé el pantalón, mi polla saltó como un resporte y les lancé una megalefada a los de mi derecha, que quedaron atrapados en el pringue. El tercer atracador empezó a dispararme. Esquivé las balas como pude lanzándome al suelo (creo que también soy más ágil que la gente normal; en la cama me dicen que me muevo de maravilla, por lo menos), donde quedé tirado, y rápidamente me concentré para emplear la megamamada. Enseguida al colega le empezaron a brillar los ojillos con gula, soltó el arma, se relamió y se lanzó a chuparme el rabo. Y luego todo fue mejor. Los rehenes empezaron a reaccionar, levantándose del suelo despacio, mientras yo disfrutaba tan ricamente. Alguno empezó a sacar fotos o vídeos con el móvil, y me empezaron a dar las gracias, aunque un poco cohibidos por la situación (imagino que es incómodo hablar con alguien que está recibiendo una mamada). Me sentí genial: me sentí un héroe por primera vez en mi vida, en lugar del pardillo que siempre había sido. Así que me corrí de gusto, llenando la boca del atracador, que estaba encantado con su bibe.


En esto que entró la policía, apuntando a todo el mundo. Luego se quedaron mirando al atracador que apuraba la lefa de mi polla y el charco de semen que tenía atrapados a los otros dos mendas. Agarraron al atracador que me la estaba comiendo y lo levantaron (su boca hizo un ruido de succión al separarse de mi miembro, y empezó a gritar que le dejaran, que quería más rabo; y me decía que gracias, que él era muy macho, pero que le había encantado y que le había cambiado la vida; yo flipaba). Decidí que lo mejor era hacer mutis. Rodé sobre mí mismo cuando los polis se despistaron un poco, me levanté rápido y me puse tras unos rehenes. Luego me quité la mascarilla y salí con ellos del banco disimuladamente, como si fuera un rehén más.


Al día siguiente todos los periódicos ensalzaban al justiciero de FuckingCity. Los rehenes habían hecho numerosos testimonios contando cómo los había rescatado. La foto de portada fue un problema, que se resolvió pixelando mi polla empalmada. Todo el mundo me quería y se preguntaba quién era. Y a falta de un nombre, me llamaron MegaGuy. Fue mi nacimiento como superhéroe. 




Desde entonces me dedico a esto a tiempo parcial. La gente se fue acostumbrando a mí y empezó a ver con naturalidad que me sacara la chorra en cualquier momento. La frase "alto ahí, villano malvado, ven aquí, y cómeme el nabo" se hizo famosa desde que una vez la usé y alguien me escuchó. Se hicieron camisetas con ella. Y el hastag #comemeelnabo es trending topic a menudo.


Al principio iba vestido normal, luego me agencié un traje muy chulo. Fue pura suerte: con mi identidad real (Matt) dirijo el departamento de comunicación de una empresa de moda, supervisando el blog, web, redes sociales... El caso es que, como en todas partes, también en mi curro se hablaba de MegaGuy. Y pensé que sería genial fardar un poco. Se me ocurrió que si Clark Kent decía que Superman era coleguita suyo y Peter Parker vendía fotos de Spiderman, yo podía hacer algo así con MegaGuy. Y me inventé una historia en la que él me rescataba en un atraco y desde entonces nos llevábamos genial. La cosa podría haber quedado en una anécdota, hasta que mi jefe, un modisto importante, de enorme talento y bastante gilipollas, me llamó a su despacho, y me dijo que sí o sí quería vestir a MegaGuy, que sería una publicidad estupenda, y que como yo le conocía y encima dirijo la comunicación de la empresa, me encargaría de todo. Total, que tuve que superar la típica situación de peli mala en que a ratos tienes que interpretar dos papeles, como si fuera la Sra. Doubtfire. Tuve que presentar a MegaGuy al modisto y simultáneamente estar para hacer de enlace de todo. Muy estresante. Tengo fama en el trabajo de ir flojo de vientre desde entonces, por ser la excusa que se me ocurrió para que desapareciera Matt a ratos y apareciera MegaGuy. Pero mereció la pena: dejé el chándal y ahora tengo un traje chulo como los de las películas (patrocinado por este modisto), de fibra de carbono y qué sé yo qué movidas raras, que me da protección a tope frente a los maleantes y sus argucias, y con una bragueta que se abre rápidamente para desplegar mis superpoderes.






Y además me lo van reponiendo gratis; simplemente de vez en cuando me dejo sacar una foto o pongo alguna declaración, que se supone que MegaGuy le pasa a Matt, en las redes de la empresa.


Lo malo es que el tío que me gusta, un chaval llamado Álex que trabaja de becario en mi departamento, también sabe lo de mi famita de vientre flojo. Y encima es fan de MegaGuy aunque a mí apenas me mira. En fin, yo también preferiría  a MegaGuy antes que a mí mismo... Así que en mi vida privada no me va tan genial como en mi vida de superhéroe...


Y os preguntaréis cómo lo hago para compaginar ambas vidas. Cuando salgo como MegaGuy no voy en plan Superman con el traje debajo de la ropa y me cambio en una cabina, es un engorro (lo he probado). Simplemente de vez en cuando salgo y patrullo, vestido como MegaGuy. Y funciona. Como no tengo horario fijo, ni una ruta especcífica a patrullar, corro el riesgo de que a alguien le pase algo y no esté yo ahí para ayudar, pero lo cierto es que el índice de criminalidad ha descendido a lo loco, porque los maleantes no saben nunca si voy a estar ahí para atraparlos, y no hay quien se me escape. Soy genial atrapando delincuentes. Si necesitáis un superhéroe, llamadme.




















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