miércoles, 17 de enero de 2018

Cuando el conductor del bus pilló a Álex y a Hugo, parte 1


Después de aquel día en que follamos en casa de Hugo, volvimos a nuestra rutina de comernos los rabos en el bus. El trayecto entre la parada en que nos quedábamos solos y la nuestra no era muy largo, así que nos turnábamos: unas veces se la comía yo y otras me la comía él. El que recibía la mamada, mientras, le hacía una paja al otro. El poco espacio entre los asientos no permitía tampoco mucho más.


Yo estaba deseando repetir una follada (lo habíamos hecho aquella primera vez en su casa, luego otra después de que nos la chuparan en el centro comercial, y una tercera vez, estupenda, por Navidad), pero no surgió que su casa volviera a quedar vacía, y en la mía imposible. Y notaba que él también quería repetir. Nos empezamos a llevar bastante bien y a hacernos amigos. Alguna vez quedamos incluso simplemente para tomar algo.


Un día volvíamos como siempre, yo de mis prácticas como becario y él de sus clases en la Universidad. Ya no nos molestábamos en disimular que nos conocíamos, y cuando se subía al bus Hugo se sentaba en el asiento al lado del mío. Eso facilitaba las cosas cuando el bus se vaciaba y uno de los dos desaparecía tras el asiento y daba gusto al otro. Muchas veces me pregunté lo que pasaría si el chófer, un hombretón maduro y grande, calvo y con pinta de brutote, alguna vez mirara el retrovisor y viera que en lugar de dos chicos solo había uno, y que este tenía una sorprendente cara de gustito...



Quizás fue culpa mía, ya que era yo quien estaba erguido aquel día recibiendo la mamada. El caso es que tenía los ojos cerrados disfrutando a tope. Ni siquiera nos enteramos cuando el bus paró en la cuneta. Ni cuando el conductor se acercó hasta nuestros asientos extrañado de ver mi cara de placer y los pies o la cadera de Hugo sobresaliendo de su asiento hacia el pasillo. Solo nos dimos cuenta de lo mal que iba todo cuando escuchamos el vozarrón que nos dio el mayor susto de nuestra vida:


—¡Pero bueno! ¿Qué coño es esto? ¿Qué cojones estáis haciendo en mi bus? —La voz del conductor sonaba grave y realmente enfadada, y los gritos debían de escucharse desde la carretera.
Abrí los ojos de golpe. Hugo se sacó mi polla de la boca, miró desconcertado y se irguió. Mi brazo, con el que le estaba haciendo su paja, quedó atrapado entre el asiento y su espalda, y forcejeé ridículamente para sacarlo retorciéndome, sintiéndome más patoso todavía que de costumbre. Nos tapamos el paquete con las manos, y miramos al suelo. De pronto el suelo se convirtió en algo interesantísimo, y por el rabillo del ojo comprobé que Hugo parecía pensar igual. La mirada del conductor nos quemaba severa.


—Ahora no os hagáis los niños buenos. ¡Hay que joderse con los niñatos, comiéndose el rabo en mi bus! ¿Pero es que no tenéis conocimiento? ¿Y si os ve alguien? —pensé sin poder evitarlo en el bus vacío. Mi cara debió de traicionar mi pensamiento y el conductor se cabreó todavía mas—. ¿Y si os ven desde algún coche en la carretera? ¡Luego llaman a la central y se me cae el pelo! Tampoco había mucho que caerse, pensé. Joder Álex, ¡deja de pensar memeces, que estás en un lío bien gordo!


Me atreví a mirar un poco al conductor. Estaba muy colorado. Creí ver volutas de humo saliendo de él. Me recordó al archienemigo de Popeye. ¿Brutus, se llamaba? Ni idea. Joder Álex, que dejes de divagar. Mi expresión debió de volver a traicionarme, porque vi que se cabreaba todavía más. Era un señor de cuarenta y tantos o cincuenta y tantos (siempre se me ha dado mal calcular la edad) entre calvo y rapado, y grande. Pensé en sus manazas, y en lo que nos haría si se liaba a repartir guantás.


—Bueno, pues esto es lo que va a pasar: No quiero veros más en mi bus. Os llevaré hasta la parada. No os voy a dejar tirados hoy en mitad de ninguna parte, pero no volváis a subir. Esto es un transporte público, no un motel. ¿Está claro?
En ese momento Hugo y yo entramos en pánico. Al autobús anterior no llegábamos. El de después tardaba una hora. Y no había nada más que nos llevara a nuestro pueblo. Necesitábamos coger ese bus a diario... Vi por el rabillo del ojo que Hugo llegaba a la misma conclusión, porque se había puesto muy pálido.


—Oiga... señor... don... conductor —venga Álex, muy bien, tú y tu don de lenguas—, mire lo sentimos mucho, nos hemos dejado llevar... Somos jóvenes y tenemos las hormonas revueltas y eso... Nos arrepentimos mucho. ¿No podríamos hacer algo por arreglarlo?


—Pero sin que se enteren nuestro padres, se llevarían un disgusto —añadió Hugo con vocecilla apenas audible.


—Claro, podríamos pagar una multa o algo así ¿no? —continué yo, sin tener la menor idea de dónde conseguir dinero para eso.


—Por favor, necesitamos coger este bus, señor... don... conductor —terminó Hugo imitándome. No sé si eso fue buena idea.


El conductor se quedó plantado en el pasillo, junto a nosotros. Se cruzó de brazos, todavía muy cabreado, aunque una chispa en los ojos me hizo pensar que empezaba a divertirse por lo rocambolesco de la situación y nuestro apuro. Seguro que estaba pensando en cuando era joven y quedaba con una moza en el pajar, o donde fuera que follaran los jóvenes del pleistoceno.


—Vaya, vaya con los niñatos. "Necesitamos coger este bus" —dijo imitando la vocecilla asustada de Hugo—. Para comeros los rabos en público andáis bien listos, pero ahora estáis ahí agazapados, como dos conejos... Mirad, os propongo un trato, y voy a ser generoso. ¿Os gusta mamar? Pues mamad esto.


Y el tío cogió y se desabrochó el pantalón, se bajó la bragueta, se ahuecó el calzoncillo (uno de esos blancos tipo abanderado de señor de mediana edad) y se sacó la chorra. La dejó colgando mientras la mirábamos como hipnotizados, en tránsito.


—Eeeeh... ¿lo qué?— acertó a preguntar Hugo, mientras yo asentía muy deprisa con la cabeza uniéndome a su pregunta.


—Madre mía, cómo está la juventud. Que me la chupéis. ¿No os gusta tanto zampar rabos? Pues aquí tenéis. Fácil, ¿no?
No tanto, pensé. Le miré de arriba a abajo. Un tío grande, no sé si debajo de la camisa y corbata de conductor y los pantalones chinos holgados había músculo o grasa. Parecía que hubo músculo pero ahora era más bien grasa dura. No sé.


No tenía nada claro. Me daba morbo su cara de brutote, pero nunca había estado con un hombre mayor. Miré a Álex, estaba más pálido todavía. Parecía el tío de Crepúsculo. El buenorro no, el otro.


—Oiga —intenté razonar—, mire esto tiene que ser hasta delito o algo. ¿No podemos arreglarlo de otra forma?


—Mira chico, no te obligo a nada, es vuestra elección. No os voy a violar, no jodas. Simplemente decidid si me la chupáis y yo me olvido de que os he pillado o si preferís no coger mi bus más. Y daos cuenta de que podría ir más allá, y además de prohibiros volver a subir, dar parte y que llegue una queja oficial a vuestra casa de parte de la empresa. En cualquiera de las dos opciones que tenéis estoy siendo generoso. Vosotros decidís.


Hugo apretó la mandíbula y dijo:


—A la mierda, acabemos con esto.


Y sin moverse del asiento alargó una mano hacia el rabo fláccido del conductor, mientras dejaba la otra sobre su paquete, todavía expuesto, como el mío. Se la agarró y empezó a mover la mano. Me sorprendió lo poco que tardó en ponérsele dura al conductor. No la tenía especialmente grande, pero no estaba mal. Muy curva hacia arriba, bastante morena en comparación con el resto del cuerpo, rechoncha. No descapullaba del todo.


—Bueno, qué, no se va a chupar sola ¿sabes? —Le dijo a Hugo, quien suspiró levemente, me lanzó una ojeada rápida y se inclinó en el asiento para metérsela en la boca.


Reconozco que eso me puso cachondo. Le había visto chuparme la mía, pero ahora el ángulo era distinto. Veía su boca ceñirse al rabo, sus labios en torno a esa polla. Observaba la expresión de su cara, los ojos cerrados, la mejilla hundida y abultada de repente por la polla en su interior. Y pensaba que además era el único rabo aparte del mío en el historial de la boca de Hugo. Me calentó, sí. Y decidí ayudarle, no era justo que pagara la multa solo.


Me puse de pie, y me apoyé en el respaldo del asiento de delante, con lo cual dejé de taparme el paquete. Mi polla se erguía dura en su esplendor, y recibió una mirada primero sorprendida y luego aprobatoria por parte del conductor. Hugo giró la cabeza un poco para mirarme, y al hacerlo se sacó la polla de la boca. Empezó a golpearla contra su lengua. A mí nunca me ha hecho eso, pensé, ¡lo que está espabilando este chaval! Será por las mamadas en el centro comercial que me cuenta que le hacen...


Mi intención era pasar de algún modo para colocarme cerca del rabo del conductor. En lugar de eso este dio un paso atrás en el pasillo. Hugo se levantó y se colocó en el asiento al otro lado del pasillo, así que yo ocupé su puesto en su asiento, y el chófer quedó de pie entre nosotros.


—Ja, ja, ja. Ahora sí que sí, chavales —nos dijo jacarandoso. Y sujetó a Hugo de la cabeza y a mí me agarró del pelo con esas manazas suyas. Su polla quedó entre nuestros rostros, acariciada por nuestros labios. Notaba la respiración de Hugo mientras el rabo del conductor iba y venía entre nuestras bocas. De vez en cuando nuestras lenguas coincidían en sus lametones, y descubría el sabor familiar de Hugo junto con el de la polla del conductor.


—Oh, sí chicos, eso es, muy bien —nos alabó—. Joder, chupáis rabo genial, no me extraña que os guste tanto comérosla. Hacía muchos años que no me la chupaba un chico... Desde que yo tenía vuestra edad... Seguid un poco más y luego os follo los culitos.
Hugo se atragantó. Y luego volvió a palidecer, ahora que parecía haber recuperado el color y empezaba a pasarlo bien. Me armé de valor, respiré hondo y salté al ruedo por él:


—Oye tío, mira... mi colega no está acostumbrado a poner el culo. No te pases con él. Yo lo pongo por los dos.


Hugo me miró entre agradecido y conmocionado. Y el conductor se lo pensó unos segundos.


—Muy bien, hecho —respondió, y respiré más tranquilo. Luego se dirigió a Hugo—. Entonces lo justo es que tú ahora te esfuerces más con la boca.


El conductor le cogió la cabeza a Hugo con las dos manos, y dándome la espalda a mí empezó a follarle la boca con fuerza. Yo solo veía su trasero ir y venir, y escuchaba una especie de chof-chof rápido que acabó con unas toses de Hugo.


El conductor aprovechó entonces para decirme que me apartara y medio tumbarse en los asientos. Le hizo una seña con el dedo a Hugo, que se arrodilló en el pasillo y siguió zampando aquel rabo curvo. El conductor le agarró la cabeza con una mano.


—Ah, sí chaval. Vamos métetela toda en la boca, traga polla. Cómo chupas, qué rico... —luego se dirigió a mí— Ponte ahí, tras él, para que de vez en cuando pueda chupártela también, que no quiero dejarte sin diversión ja, ja, ja.


Me coloqué de pie detrás de Hugo, con mi polla sobre su hombro. De vez en cuando el conductor sacaba su polla de la boca de mi amigo y le torcía la cabeza para que se comiera la mía de lado. Hugo se afanaba con la lengua, en una polla y en la otra, lamiendo y acariciando, forrándolas de saliva.





Luego el conductor se olvidó de mí y se folló la boca de Hugo con fuerza otra vez. Al poco la mano con la que le sujetaba la cabeza se la aplastó contra sus piernas, exponiendo su mejilla, y con la otra le dio un par de sacudidas al rabo, suficiente para que este expulsara su carga de lefa, que cayó muy espesa pegándose a la cara de Hugo y quedando ahí como gelatina, entre roncos jadeos del chófer. Rápidamente, antes de que nos diéramos cuenta, recogió la lefa con los dedos, y la extendió sobre su miembro.


—Túmbate ahí, en esos asientos, boca arriba, y levanta las piernas, que ahora voy a por ti, machote —me dijo con una mirada de lascivia que me conminó a obedecerle sin rechistar.


El conductor recogió los últimos restos de semen de la mejilla de Hugo, se incorporó y le apartó, ocupando su puesto en el pasillo, entre mis piernas. Dejó el semen de sus dedos en mi culo y alrededor, apuntó con su rabo curvo, también lubricado con su jugo, y me preparé para sentir la follada de ese brutote que ya se había follado la boca de mi colega como había querido...


Continuará...







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