miércoles, 27 de diciembre de 2017

La Nochevieja de Gus y Edu



Era Nochevieja o, mejor dicho, ya Año Nuevo. Tras celebrar el paso de año con mi familia salí por ahí. Suelo ir de fiesta con los amigos y empezar el año follando un chochete, pero esta vez me había dejado liar por Edu, que me había prometido una sorpresa muy especial. A saber lo que habría preparado ese loco. Me apetecía estrujar un buen par de tetas para empezar bien el año, pero reconozco que apretarme el culo fantástico de Edu tampoco sería mal comienzo.


Me llevó a un garito que resultó ser un bar gay, lleno de tíos de todas las edades y condiciones, que me miraban al pasar.




—Joder Edu, ¿pero a dónde me has traído?


—Tranquilo, tú tómate algo mientras voy a comprobar que esté todo preparado.


—¿Preparado? ¿Preparado el qué? A ver la que estás liando que a mí esto me mosquea...


Pero se marchó sin hacerme caso, así que pedí una copa, sintiéndome observado por los chicos de alrededor. No es que me molestara ser el centro de atención, pero me empezaba a agobiar tanta miradita, y fue peor cuando empezaron a entrarme y tuve que empezar a decir que no. A punto estuve de enrollarme con algún buenorro de lo harto que estaba de esperar a Edu, cuando por fin apareció, le dijo "quita fresca" al tío que trataba de ligar conmigo en ese momento y me llevó a rastras.


—No se te puede dejar solo ¿eh? —me dijo mientras tiraba de mí hacia una escalera al fondo del local— Me voy un momento y ya tienes una corte de pretendientes.


—Es que te has ido mucho rato y yo estoy bien rico. La próxima no te espero.


—Ya , pues te hubieras perdido tu sorpresa —dijo mientras subíamos la escalera y yo me temía que fuera a meterme en algún cuarto oscuro de esos y pasara cualquier cosa—. Ya sabes que en Nochevieja hay varias tradiciones: comer las uvas, almorzar lentejas, dar un salto hacia delante... Bueno, pues yo voy a hacerte el favor de tu vida. Este local tiene un salón privado que me han prestado (la polla del dueño es una vieja amiga de mi culo), y he organizado una nueva tradición: ¡la ginkana del folleteo! He hecho un hastag y todo: #ginkanafolleteo.


—¿Qué mierda de nombre es ese? —respondí desconcertado.


—Bueno, al nombre ya le daré una vuelta cuando se convierta en costumbre internacional. El caso es que he tirado de agenda para que ganes experiencia en esto de follar con chicos, y puedas comparar y darte cuenta de la suerte que tienes de que mi culo esté siempre preparado para ti.


—Claro, como que a ti no te gusta esta —repuse agarrándome el paquete y haciendo un gesto obsceno que Edu ignoró completamente.


Abrió la puerta de la sala privada y lo que vi me dejó sin palabras. Dentro había 11 chicos, 12 si contamos a Edu, repartidos por la sala, cada uno en alguna postura sexual, alguno vestido pero casi todos en bolas, como esperándome a mí, de varias edades y aspectos. Me empalmé al instante y salivé de gusto...








Ahora entendía lo de la "ginkana". El cabrón de Edu me había preparado un circuito sexual. Hay que joderse, qué inventiva y cuánto tiempo libre debe de tener el chaval...





Entramos en la sala y Edu cerró la puerta a mi espalda. El primer chico era muy guapo, de unos veinte años, y parecía que tenía buen cuerpo, aunque estaba vestido; era castaño, de chispeantes ojos azules y labios carnosos. Sus labios llamaron realmente mi atención, y me descubrí relamiéndome mirándolos.


—Bueno, pues se trata de probar 12 chicos, como las 12 uvas de la suerte, como las 12 campanadas que anuncian el Año Nuevo. Te los he ido seleccionando según lo que mejor hace cada uno. El primero lo tienes justo delante. Con él puedes besar y magrear, y luego tienes que ir pasando a los demás chicos —me dio las instrucciones Edu.


—¿No puedo follar con todos a la vez? —pregunté, pensando que era un pena no perforarle el culito al chaval de los labios carnosos, aunque ya me apetecía eso de besarle.


—No, aquí cada uno tiene un papel, por eso es una ginkana y no una orgía. Además, ni tú podrías con 12 a la vez, fantasma.


—¿Quieres apostar? —fanfarroneé, mientras ya me acercaba al chaval de los labios sensuales y le agarraba de la camiseta, atrayéndole hacia mí—. ¿Así que solo quieres besar?


—Sí —me respondió el chaval—. Somos colegas de Edu. Nos ha dicho que conoceríamos a un chulazo, tú, que no nos íbamos a arrepentir, y cada uno se ha prestado a hacer lo que más le guste. Creo que beso bien, y solo curioseo con tíos, así que yo me quedo en esto. Luego prefiero mirar.


Y sin más se amorró a mí. Sus labios gordezuelos entreabiertos se ajustaron a los míos, acariciándolos suaves y húmedos. Su lengua no tardó en abrirse paso, explorando despacio mis labios y mis dientes. Llevé mi lengua al encuentro de la suya, y nada más tocarse se enredaron en una batalla mojada jugando a enroscarse. Mientras, no perdí tiempo con las manos, sobando su espalda y bajando hacia su culete. Notaba su paquete caliente apretarse contra el mío mientras nos besábamos, y aproveché el momento en que metía mi lengua profundo en su boca cálida para cogerle por sorpresa y colar una mano debajo de su pantalón y su calzoncillo y tantear su nalga, que resultó ser suave y deliciosa al tacto, muy prometedora. Luego se separó despacio de mí, dejándome deseando más besos, y antes de que me diera cuenta me empujó hacia el siguiente chico: un rubio muy guapo con carita de buen chico.


Llegué a él todavía con los ojos casi cerrados y los labios entreabiertos, y antes de que pudiera reaccionar me quitó la camiseta.




—¿Así que contigo me desnudo? —Le pregunté mientras de reojo veía que el primer chaval nos observaba sobándose el paquete.




—Ahá —me respondió—, a mí también me gusta curiosear, y me hago pajillas con mis colegas, pero todavía no he ido más allá...


Y mientras hablaba sin dejar de mirarme el torso, pasando la vista por mi pecho y mi abdomen, él se quitó su propia camiseta, dejándome ver un torso espectacular, bien marcado y definido. Nuestros pectorales se frotaron cuando volvió a pegarse a mí y nos besamos. Mis manos volaron a su culo, y cuando exploré de nuevo su nalga bajo el pantalón esta vez no hubo cambio de chico. Al contrario: este chico me respondió del mismo modo y noté su mano estrujando mi cachete. Mi paquete ardía, y lo froté contra el suyo moviendo la cadera. Sin parar de besarnos le bajé el pantalón, y su rabo salió erguido, quedando entre mis piernas. Era largo, y me dio morbo ver una mata de pelo rubio coronándolo. Era muy venoso y duro, y no pude evitar agarrárselo.


 Él mientras me quitó mi pantalón, y mi propia polla salió disparada, libre por fin. Le solté el rabo para sacarme los pantalones por los pies, y él mientras me la agarró y empezó a pajearme despacio.

Volvimos a acercarnos, con nuestras pollas cruzadas entre nuestros cuerpos, sobándonos y compartiendo el calor de nuestra piel. Después retrocedió un paso, hizo un poco de esgrima con nuestros miembros y me empujó hacia el siguiente, mientras él se quedaba haciéndose una paja mirando el espectáculo.




El tercer chico ya estaba desnudo. Estaría hacia el final de la veintena. Me quedé un momento mirando la mata de vello púbico naranja que medio ocultaba un pene erecto de tamaño pequeño. El vello anaranjado subía hacia su ombligo, se interrumpía a lo largo de un abdomen poco marcado aunque de apariencia muy firme y se desplegaba luego por su pecho, bien definido. Sus pezones también eran claros, y los pectorales y los hombros estaban salpicados de pecas. Me sonrió divertido cuando mi escrutinio llegó hasta su rostro y su cabello pelirrojo y brillante.


—Soy masajista, nada sexual, soy profesional —aclaró—. Edu es un colega y me ha pedido que te ponga a tono.


Me señaló una camilla que tenía justo al lado, y me tumbé en ella un poco confundido al encontrarme esto tras el calentón con los dos chavales anteriores. Mi polla, dura todavía, quedó aplastada cuando me tumbé bocabajo. Enseguida noté algo líquido y agradable en mi espalda, que desprendía un aroma estupendo. Y luego las manos del chico, que me empezaron a recorrer por entero, del cuello hasta las nalgas, explorando toda mi espalda. No sé si sería un masaje relajante, pero las manos calientes del pelirrojo me excitaron más aún con su sobe, y el aroma de lo que me hubiera echado hacía mi piel más sensible y se me subía a la cabeza, poniéndome muy cachondo. Si no hubiera tenido el morcón atrapado contra la camilla seguramente me hubiera estallado. Yo veía su rabo erguido, saliendo de aquel vello rojizo, y me ponía mogollón. De vez en cuando lo rozaba contra mi cuerpo, y yo fantaseaba con chuparlo y luego zumbarle el culo, después de abrírselo bien para ver si también ahí había pelusilla naranja.


En eso estaba cavilando cuando sentí sus manos incorporándome, con mi cuerpo muy sensibilizado por el masaje y mi pollón alucinantemente duro, y me empujó hacia el siguiente.


El cuarto chico era un chaval jovencito, de unos 18 años, con pinta de malote a más no poder. Parecía muy machito, rapado, con un cuerpo delgado pero muy fibrado, y un rabo que me dejó estupefacto por su tamaño y grosor, quizás incluso mayor que el mío, pero si no al menos igual.





—A mí no me van las mariconadas colega —me dijo abruptamente—, yo doy pollón y ya. Si lo quieres te arrodillas y mamas. Y tranquilo, que Edu ya se ha encargado de que no pueda meterte demasiada caña...

Reparé en que tenía las manos atadas a la pared, probablemente para que no me cogiera la cabeza y me follara la cara como quisiera (seguro que eso a Edu le encantaba, apuesto a que conocía muy bien ese rabo). Sabiendo que, aunque era un rabo tan grande, yo iba a tener bastante control, clavé las rodillas frente al chaval y me zampé su polla tiesa, que abrió mis mandíbulas y colmó mi boca.

El niñato suspiró y gimió flojito. Miré hacia arriba y le vi con la cabeza echada hacia atrás. Subí una mano por su torso marcado y él bajó la vista hacia mí. La otra mano la llevé hacia sus nalgas.

—Esa mano fuera de ahí —me espetó—. Úsala para algo útil y sóbame los cojones mientras comes rabo.

Seguí sus instrucciones, aunque suelo ser yo quien mande, y me concentré en chupar esa polla tremenda. De alguna forma el chico se las arregló para mover fuerte sus caderas y follarme la boca aunque no pudiera sujetarme, y su pollón avanzaba implacable hacia mi garganta. Quise demostrarle que era tan macho como él y aguanté cuanto pude, mientras un lagrimón rodaba por mi mejilla.





—Venga marica, que no lo haces mal —me dijo—, ahora a ver si me la puedes tragar entera.

Lo tomé como un desafío. La saqué de mi boca, la escupí y la pajeé con mi saliva; respiré hondo y abrí las mandíbulas al máximo. Y luego cerré los ojos y tragué. Todo desapareció a mi alrededor, concentrado tan solo en meterme cada milímetro de su miembro. Al principio fue bien. Luego costó más. La notaba avanzar en mi boca, aplastarme la lengua, llegar muy dentro. Me quedaba sin aire, y todavía parecía que faltaran metros y metros de polla. Abrí los labios y traté de avanzar un poco más, cerrándolos de nuevo en torno al rabo un poco más adelante. Repetí y repetí, cerrando los ojos con fuerza. No sé cuanto tardé ni cómo lo hice, pero de repente noté sus huevos contra mi barbilla y su vello semi afeitado cosquillearme en el labio. Abrí los ojos para ver su vientre muy cerca, y al ser consciente de mi proeza al tragarme todo eso, perdí la concentración y me atraganté, y tuve que escupirla rápido entre toses.


—Jooooder colega —me dijo riendo y con admiración en la voz—, tú sí que eres tan macho como yo. De buena gana te daba mi leche, pero tienes que pasar al siguiente; anda, ve y dales cañita...


Y me dio una patada suave que me desestabilizó un poco, antes de que me pusiera de pie y avanzara hasta el siguiente chico, mientras a mi espalda Edu le soltaba las manos al niñato, que se unió a los otros chicos que iba dejando atrás, pajeándose el rabo. Cada vez era mayor el ruido húmedo de flap-flap a mi espalda...


El siguiente chaval estaba de rodillas, y tenía una media melena estupenda para agarrar, cosa que hice de inmediato, suponiendo acertadamente que estaba así para tragarse mi polla. Y se la di. Le puse la punta frente a sus labios y él la engulló con ansia, ensalivando, lamiendo y frotando sus labios contra mi miembro. Era un mamón experto, estaba claro que Edu había hecho un buen trabajo seleccionando a cada uno según sus habilidades. Me estaba gustando tanto la mamada y estaba ya tan cachondo que no supe si podría aguantar hasta acabar la docena de chicos de la ginkana... Para darme una tregua solté una mano de la cabeza del chico y me agarré la polla, sacándola de su boca y ofreciéndole a cambio los huevos. Se los metió en la boca y los lamió mientras yo trataba de relajarme un poco y calmar mi pollón recubierto de saliva. Cuando me vi de nuevo preparado volví a agarrarle del pelo y a follarle la boca. Mi pollón entraba mojado, hasta algo más de la mitad, mientras el chaval dejaba escapar un gemido ahogado y húmedo.



—Ahora a ver si puedes hacer como yo y tragarla entera —le propuse, y sin darle tiempo a responder le sujeté firmemente la cabeza y le di polla.


Al principio entró bien, resbalando con la saliva, con sus labios ajustados acariciando mi piel. Luego noté más resistencia, pero me propuse lograrlo y empujé más, sujetándole del pelo. Empezó a ponerse colorado y a boquear como un pescado, pero iba tragando rabo poco a poco. Por fin, casi sin creerlo, vi cómo se la comía toda, y todavía le agarré del cogote y le apreté la cara contra mi vientre, gimiendo y echando la cabeza atrás del gusto. Notaba la punta de mi polla dentro, caliente y ajustada... El chico empezó a atragantarse y a manotear contra mis piernas, así que saqué mi miembro de golpe y él respiró como si hubiera estado sumergido en un estanque. Le di unos golpecitos apreciativos en la cabeza y pasé sonriente y satisfecho hasta el siguiente.


Se trataba de un chico latino, en la veintena, con buen cuerpo musculado y piel morena de un bonito tono dorado. No pude ver ni rastro de vello en ella, y el pubis lo tenía rasurado. Estaba tumbado bocarriba, y un buen rabo de tamaño algo más que medio descansaba duro sobre su vientre.


—Conmigo vas a hacer un 69, papi —me dijo zalamero, y luego se mordisqueó el labio inferior.


Me tumbé encima de él, separando las piernas a ambos lados de su cabeza y golpeándole en la cara con el rabo. Él ni se inmutó, y lo guió con la lengua hasta llevarlo a su boca, mientras se agarraba a mis piernas con las manos.


Yo descendí a su rabo, y me lo zampé también. No puedo decir que fuera tan buen mamón como el anterior, ni que tuviera tan buen rabo como el anterior a aquel. Era un equilibrio entre ambos. Chupaba mi rabo, hambriento y entusiasta, y yo le correspondía devorando el suyo, dejándolo caer bajo mi cuello y pasando a sus huevos, y luego de vuelta al rabo. Lo lamía de la punta a las pelotas, y luego me lo metía en la boca, mientras movía la cadera para que mi polla entrara y saliera de su boca ansiosa.


Al poco noté un cachete en mi culo, levanté la vista y vi al siguiente chico dispuesto, con el culo en pompa para mí. Resultó ser un chaval oriental, en la veintena también, aunque es difícil de decir porque era bastante imberbe. Podría ser mayor de lo que aparentaba. Era delgadito y sexy.


Me levanté y fui a él entusiasmado, agarrándome la polla y dispuesto a empotrármelo pero bien, hasta que me dijo que solo tenía que comerle el culo. Fue un poco chasco, pero lo cierto es que tenía un culo precioso, suave y redondo como el de una chica, pero firme y duro como el de un chico, con una cintura estrecha.





Agarré ambos cachetes, separé y hundí la cara entre ellos. Lamí su ojete oriental, bastante cerrado, tratando de perforarlo con la lengua, recorriendo cada arruguita de alrededor. Acaricié con un dedo y traté de meterlo, introduje la primera falange mientras el chico gemía de placer, y a la vez seguí lamiendo. Luego metí otro dedo y mordisqueé la nalga. Saqué los dedos y vi el agujero más abierto, invitador, y mi polla bulló de anticipación. Volví a lamer y a meter la lengua en sus profundidades, explorando su ojete y arrancándole suspiros de satisfacción. Un poco después y claramente sintiéndolo me dijo que siguiera hasta el siguiente chico.

El octavo chico de la ginkana era un tío guapo, que debía de tener unos treinta, con cuerpo firme aunque no musculoso, preciosos ojos azules y un tupé imposible de pelo castaño. Me esperaba a cuatro patas, y pensé que ahora sí, follaría por fin. Me encontré con un culo firme, que estrujé antes de darle un cachete. Acaricié el torso del chico apoyándome sobre él, y me gustó lo que noté. Le mordisqueé el cuello con mi cadera apretada contra su trasero y mi miembro atrapado entre medias. Después me incorporé otra vez y agarrándome la polla enfilé para penetrarle. Separé un cachete y vi un ojete invitador y dilatado. Pensé fugazmente en quién se habría encargado de abrir ese culo para mí, y con un presentimiento giré la cabeza y, entre el grupito de chicos por los que ya había pasado y que se masturbaban mirándome, mis ojos encontraron al niñato chulesco del pollón gigante. Me guiñó un ojo, como si supiera lo que estaba pensando. Luego bajé la vista hacia su paquete y se agarró el morcón con las dos manos, moviendo la cadera adelante y atrás como follando, mientras reía burlón. Seguro que lo había pasado genial preparándome el camino con los chicos que me faltaban, pensé, y sonriendo metí mi polla en aquel culo estupendo. Primero la punta, tanteando. Luego, puesto que ya estaba bien abierto, de golpe el resto. El chico gimió y arqueó la espalda, pero no se quejó, así que empecé a follarle con fuerza, rápido y potente. Fue una gozada. Mi polla entraba y salía, acariciada por ese ojete, que me daba calor y gusto. De vez en cuando le daba algún azote, y el chico fue pidiéndome más. Me lo empecé a follar con energía, rápido, con empujeones secos que le clavaban mi polla hasta las pelotas. Luego hice un sprint y lo follé muy rápido, en modo ametralladora, hasta que con un gemido la saqué y me separé un par de pasos con mi polla bamboleándose y dejando escurrir un hilillo de pringoso líquido preseminal. Lo cogí con una mano y lo sacudí sobre el culo del chico, antes de pasar al siguiente.



Era un rubio de ojos perturbadoramente claros, con pinta de nórdico a tope, y también de estar un poco loco. Parecía jovencito, de unos veinte, con un culete dulce e invitador. Estaba tumbado boca arriba en una mesa, así que me coloqué entre sus piernas. Me dijo algo que no entendí, en alemán, sueco o a saber qué. Hay que ver cómo se había currado Edu la ginkana: había tíos de todas partes. No me importó no entender lo que me dijo, imaginé que una traducción libre sería algo así como "empótrame a tope, méteme tu rabo largo y gordo hasta dejarme el culo como un bostezo y fóllame sin descanso, venga, venga y venga"... Así que le di gusto. Me acerqué bien al borde de la mesa y se la metí sin contemplaciones, y luego le follé sin pausa ni descanso, hasta que la piel de su rostro pasó de ser pálida a estar colorada, y de su boca se escaparon gemidos de placer mientras ponía los ojos en blanco. Le agarré la polla, que se me perdía un poco en la mano, porque la tenía pequeña y delgada, y le pajeé mientras me lo follaba sin parar. Mis pelotas golpeaban sus cachetes y rozaban el borde de la mesa con cada embestida. Paseé las manos por su vientre, con unos abdominales asombrosamente esculpidos, y me imaginé ríos de lefa corriendo por entre ellos.





Pensar eso hizo que casi soltara mi carga (bastante me estaba costando aguantar toda esta ginkana...), así que saqué el rabo, le di un cachete en el culo, me limpié el sudor de la frente con el antebrazo y respiré hondo algunas veces antes de mirar quién era el siguiente.


Y el décimo chico resultó ser un chico diez: un mulato de bonita piel, músculos bien desarrollados, grandes manos, un reguero de vello recortado que ascendía del pubis al ombligo, piernas con vello ensortijado y una mata enorme de cabello al estilo afro. Unos sorprendentes ojos verdes, inesperados, me miraban con lujuria, y unos pómulos salientes y unos labios carnosos acababan de perfilar un rostro varonil y atractivo. Debía de rondar la treintena, y lo que tenía entre las piernas era muy aparente: una polla de sus buenos 20 centímetros y bien gorda, que por debajo se abría con una curva que le daba una forma tremendamente atractiva, además de aumentar su grosor. Estaba tumbado bocarriba.


—Bueno, amigo —me dijo con acento brasileño—, pues conmigo vas a estrenarte. Voy a descorcharte con esta... Venga, siéntate en ella...



Me quedé un poco cortado mientras él se agarraba el rabo y lo sacudía, con intención de que me agachara sobre él y abrirme mi culo virgen. Creo que incluso perdí un poco de erección antes de que el mulato empezara a reírse:


—¡Menuda cara has puesto! —Se burló de mí— Venga, no te asustes, que ya me han dicho que eres activazo, pero tenía que intentarlo...



Y sin más levantó las piernas dejándome ver su ojete rosado. Me arrodillé entre ellas, y me eché hacia delante, empujándolas con mis brazos, hasta quedar tumbado sobre él. Le miré a los ojos mientras con la punta del nabo tanteaba para encontrar la entrada. Y se la clavé hasta el fondo.


Estiré las piernas apoyando los dedos de los pies, y me sostuve sobre las manos, como si estuviera haciendo flexiones, solo que con el mulato debajo, y me lo zumbé. Le follé rápido, como con los anteriores, con mi rabazo entrando y saliendo con fuerza, apretado por su ojete. Mientras, le miraba la cara, las expresiones. Él cerraba los ojos, se mordía los labios, gemía... Y de vez en cuando bajaba y le besaba, aprisionando sus piernas levantadas entre nosotros dos.


Me lo follé como quise, hasta sentir la lefa a punto de reventarme las pelotas, y entonces paré y me incorporé. De rodillas entre sus piernas saqué el rabo despacio, y su ojete permaneció abierto en un círculo amplio y caliente por mis embestidas. Lo acaricié con un par de dedos ensalivados, y luego le di un azote y me levanté para pasar al siguiente.


Apenas podía más sin correrme, estaba ya a tope, y todavía faltaban dos chicos... Cuando soltara la lefa iba a ser un orgasmo tremendo... Y me ponía más cachondo aún el oír la marabunta de flap-flap de los tíos masturbándose detrás de mí, junto a la pared de la sala.


El penúltimo chico era un tío con barbita, de treinta y tantos. Era atractivo, con unos ojos azules luminosos y pelo alborotado. Tenía buen cuerpo, con el torso cubierto de vello castaño recortado que marcaba las líneas de su musculatura. Pero lo mejor era que estaba colgado de un arnés, con las piernas para arriba y el culo preparado.


—Hey chaval, ya estoy viendo cómo te las gastas, espero que te quede un poco de cañita para mí —me dijo a modo de saludo—. Túmbate debajo, que voy a cabalgarte a tope...




Hice lo que me dijo, y cuando me tumbé y sujeté mi rabaco para quedara vertical, el arnés empezó a descender hasta quedar a la altura apropiada para una buena follada. Mi polla dura se introdujo en su ojete cálido y peludete con un gemido de gusto por parte del tío de la barbita. Y en cuanto sus nalgas tocaron mis caderas, con todo mi miembro metido en él, se puso a cabalgar, arriba y abajo, con botes fuertes y salvajes. Crucé las manos detrás de la cabeza y me limité a disfrutar de las vistas de su torso, de su cara contrayéndose de placer, de mi rabo entrando y saliendo, de sus pelotas aplastadas en cada caída y de su polla dura golpeando mis abdominales con cada movimiento. Un hilo de líquido preseminal colgaba de ella y quedó suspendido entre su glande y mi piel, hasta que se desprendió y se adhirió a mi abdomen.


Unos minutos después, y de nuevo a punto de llegar al orgasmo, le di unos golpecitos en la pierna para indicarle que parara y pasar al siguiente.


—Espera, solo un momento más —me suplicó con el rostro colorado y jadeando.


Al poco, sin siquiera tocarse el rabo y sin dejar de subir y bajar con furia, empezó a correrse, con chorros que caían sobre mi torso y sobre el suelo, en trayectorias imprevisibles por su cabalgada. Yo abrí mucho los ojos, sorprendido, ya que los otros chicos no se habían corrido, y se estaban sobando junto a la pared, sin quitarnos el ojo de encima. Oí cómo un par de ellos imitaban al de la barbita y gemían al alcanzar el orgasmo, y hasta se escuchó el sonido de sus chorros al caer al suelo, como una lluvia cálida y salada. Aún así el sonido de los flap-flap era cada vez más intenso, con los siete u ocho chicos que faltaran por correrse pajeándose sin descanso.


Por fin el chico de la barbita paró y me miró sonriendo. Resopló y se limpió con la mano un chorretón de semen que había quedado suspendido de su polla, y que cayó también sobre mí. El arnés se levantó y quedé libre para ir hacia el último chico de esta docena sexual.


Y resultó ser Edu, que me esperaba triunfante para culminar esta ginkana que me había preparado. Le miré con excitación y le sonreí:


—No voy a poder darte lo que te mereces —le dije con pena—, estoy ya casi a punto. Y tu culo me va a hacer correrme enseguida...


—No pasa nada, yo estoy cachondo de todo lo que te he visto hacer, y solo necesito sentir tu rabo dentro de mí para correrme también, así que acaba conmigo —me propuso.


Ni me lo pensé: me acerqué a él, que estaba desnudo ya, con su cuerpo de aspecto frágil y suave pegado al mío fibrado y definido. Le besé y luego le sostuve entre los brazos mientras le obligaba a bajar y tumbarse en el suelo. Le coloqué de costado. La pierna de abajo quedó entre las mías, de rodillas tras él, y levanté su otra pierna para despejar el camino hacia su ojete. Él, de costado, me miraba y me deseaba. No podía ver su polla, tapada por la pierna, pero se llevó una mano a ella y se empezó a sobar. Y yo llevé mi rabo a su agujero estrechísimo y caliente. Los huevos rozaban la pierna que había quedado entre las mías, aumentando el placer, mientras mi polla perforaba su culo y entraba hasta el final. Y me lo empotré salvajemente. No aguanté mucho tiempo, pero fue una follada salvaje y bestial que me llevó al límite. Agarré con una mano su cadera y me incliné un poco sobre él para enrollar en la otra algunos de sus rizos dorados, y tenerle bien sujeto mientras le perforaba como un martillo neumático.


La sensación era tan intensa y perfecta que enseguida me desbordé. Saqué mi polla de su culo y a duras penas aguanté la lefa dentro del rabo hasta llegar a su cara. Sin soltar la mano de sus rizos, mantuve su cabeza firme y apreté el glande contra sus labios entreabiertos y deseosos. Y por fin relajé los músculos y obtuve el fruto de tanto tiempo reprimiendo el orgasmo: primero se derramó con poca fuerza un chorro espeso y muy abundante, el que estaba reteniendo a punto de salir mientras me colocaba junto al rostro de Edu. Cayó sobre sus labios, deslizándose al interior de su boca, mientras su lengua lo apuraba ávida. Luego una pausa de unos segundos, y tras ello varios chorros grandes que salieron con muchísima fuerza. Rebotaban en el rostro de Edu, salpicando todo de gotas e iban a parar a todas partes: su cara, su pelo, el suelo... incluso alguno rebotó cayendo sobre mis abdominales y discurriendo entre ellos como si quisiera volver  a mi rabo. Salieron chorros y chorros, liberados por fin. Una cantidad de lefa como nunca había soltado, en un orgasmo tremendamente intenso que hacía que me contrayera y tuviera espasmos por todo el cuerpo, mientras gemía y gritaba de placer.




En medio de mi orgasmo Edu tuvo el suyo, y sus propios gemidos se unieron a los míos, sofocados por el semen que salía de mi rabo e inundaba su boca.


Y todo alrededor los demás chicos empezaron a correrse también, en una cacofonía de gemidos y de sonidos de chorros y gotas cayendo. Todo el aire de la sala olía a lefa y sexo.


El niñato chulo de la polla enorme fue el más cabrón, y se puso a mi lado cuando le vino, sin que yo pudiera evitarlo ocupado con mi propio placer, y se derramó sobre mi hombro. Su jugo caliente caía por mi torso en regueros que me abrasaban y me excitaban, mientras él golpeaba su polla contra mi hombro y luego frotaba la punta contra mi pezón, estremeciéndose también de placer.


Una eternidad después todo terminó y quedé rendido encorvado sobre Edu. Los demás chicos fueron saliendo, incluido el chulito, tras darme unas palmaditas en la espalda y con el pollón morcillón bamboleándose a su paso. El suelo de la sala estaba cubierto de líquido blanco en goterones espesos por todas partes. Y mi cuerpo, sobre el que se mezclaba la lefa y el sudor, temblaba agotado recordando el placer sentido.


—Joder... —jadeé como pude— Creo que ha sido el mejor orgasmo de mi vida...


—Me alegro de que te haya gustado —repuso Edu, sonriendo pícaro y con cara de haber disfrutado también la breve follada que le había metido—. ¡Que esto marque el comienzo de un Año Nuevo lleno de sexo y pollas!


—Mejor sexo y culos para mí —corregí entre risas.


Y con un beso húmedo con sabor a mi lefa nos deseamos feliz año.



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