miércoles, 20 de diciembre de 2017

La Navidad de Álex y Hugo

Lo bueno de la Navidad es que la familia se reúne. Así que mientras la mía iba a visitar a una tía viejísima y la de Hugo hacía algo similar, nosotros habíamos quedado para vernos antes de ir a la cena familiar. Así iríamos descargaditos y tendríamos más tolerancia a los familiares.


Así que ahí estaba yo, llamando al timbre de Hugo con un paquete. Bueno, dos, porque el mío propio me cosquilleaba de impaciencia...
Por fin me abrió, con su sonrisa de siempre y ese cuerpazo que estaba deseando disfrutar. Me miró el paquete, el que llevaba en brazos, y me dijo que él no me había comprado nada, un poco azorado. Le resté importancia y fuimos a su cuarto. Allí empecé a hacer de las mías: me tropecé con la alfombra y el paquete salió despedido, dándole a Hugo en la cocorota, antes de que lo atrapara al vuelo.


—Joder tío —me dijo mientras le iba saliendo un chichón—, sí que estabas impaciente por dármelo...


—Bueno, es una forma como cualquier otra de entregarlo —me defendí—. Ya que lo tienes, ábrelo...


Arrancó el floripondio que le había puesto de adorno y luego el papel de regalo. Abrió la caja y en su cara se dibujó una expresión de sorpresa mezclada con pasmo. Metió la mano en la caja y sacó un consolador con forma de polla.


—Esto es muy grande para mí... No me va a entrar —dijo con un hilillo de voz, en el que se mezclaban la ansiedad por probarlo enseguida y el miedo por las dimensiones del objeto.



Lo cierto es que era grande. Me dio vergüenza ir a un sexshop a comprarlo y lo pedí por Internet. Creí que estaría bien, pero cuando abrí la caja en que me llegó puse la misma cara que él. De largo era genial, muy cumplido. Pero de grosor era un poco de más para un novato. No pude calcular bien porque venía en su blíster, pero pensé que sería difícil meterlo en la boca, más aún en el culo. Eso debía de ser más para chochos, pero me dio vergüenza descambiarlo por uno más pequeño, así que ahí estaba...




—Bueno, ya veremos —dije despreocupadamente—. El caso es que pensé que como te da cosilla poner el culo, aunque a mí me dejes follarte, pues así podrías ir haciendo tus pinitos solo, hasta que te sientas más cómodo.


—Si consigo sentirme cómodo con este trabuco cualquier polla del mundo ya me entrará sola, eso está claro...


—Ves; pero sigue, que hay más en la caja.


Metió la mano y sacó el segundo regalo: un fleshjack con el agujerillo en forma de ojete.


—Bueno, pues ya tengo el kit completo —me dijo sonriente—. ¿Es una indirecta? ¿Es que piensas que tengo que ensayar más?


—No, no, no —contesté rápidamente—. Los polvos contigo son geniales, pero cuando no estés conmigo así seguirás teniendo un culo y una polla, por si te apetecen... Aunque claro, prefiero que me llames a mí... Pero vamos, que si no, pues ahí está eso... Pero mejor me llamas a mí, eh...


—Eres un encanto —repuso socarronamente—. Pero ya que ahora sí estás aquí a lo mejor podría probar con un culo y una polla de verdad...


—Bah, parece que no te hubiera hecho ilusión. Venga, mejor vamos a probarlos—contesté yo, que lo cierto es que sentía mucha curiosidad por aquellos artefactos...


Le arranqué el fleshjack de las manos y me senté en su silla, la del cojín de Nueva York, que ya me conocía bien de utilizarla cuando me la mamaba. Me arremangué un poco la camiseta, me bajé un poco los pantalones y me sobé el rabo para endurecerlo. Hugo, muy atento, me pasó un poco de lubricante sin quitarme ojo. Parece que él también sentía más curiosidad de la que había dado a entender. Me pregunté qué se sentiría al meter la polla en ese agujerito. Al tacto era extraño, blando pero firme. Y metiendo un dedo lubricado sentí las rugosidades del relieve del interior, creado para aumentar las sensaciones. Respiré hondo y me acaricié el glande con el extremo del fleshjack, antes de meter la punta un poco.




El agujero se deformó tragando mi rabo, con una sensación que realmente era similar a la de la follada de un culito.


—¡Joder, pues esto está bien conseguido! —exclamé con regocijo.




—A ver si ahora va a gustarte más que un culo de verdad —soltó Hugo, mirando con evidente excitación como mi polla se metía en su regalo de Navidad—. Tiene cojones que estrenes mi regalo, en lugar de hacerlo yo...


—No parecías muy interesado —alegué en mi defensa, antes de interrumpirme con una exclamación ahogada cuando metí mi rabo ahí dentro y los contornos en relieve hacían su trabajo sensitivo sobre la piel de mi miembro—. Joder... oye, esto es muy bueno...


—Hey, pues que rule ¿no? —dijo Hugo desabrochándose el pantalón, sacándose el rabo gordo y sacudiéndolo para reclamar mi atención. A regañadientes saqué mi polla del fleshjack después de probarlo solo unos segundos y se lo pasé a él.


Hugo lo cogió con avidez y enfiló su rabaco hacia el agujerillo, que había vuelto a su pequeño diámetro tras sacar mi polla, como si no hubiera pasado nada. Y penetró de golpe. Abrió mucho los ojos, su boca dibujó una "o" muda de asombro y luego se relajó en una sonrisa, mientras con la mano agitaba el juguete dándose placer.


—Espero que cuando me la metas a mí no seas tan borrico, cabronazo —apunté mientras le veía disfrutar con envidia y me pajeaba aunque mi mano ahora me parecía poca cosa.


—Hombre, lo bueno de esto es que no es como un culo de verdad: no va a dolerle. Así que puedo follármelo a tope desde el comienzo —respondió casi sin mirarme, concentrado en él mismo—. Al final voy a tener que agradecerte mucho el regalo... Anda, cógelo porfa, que quiero probar una cosa...


Y quedándose quieto frente a mí me indicó que agarrara el extremo del juguete. Lo hice y volvió a embestir. Casi se me cae, me rebotó en una mano, en la otra y luego lo pude agarrar bien solo porque la polla de Hugo era tan gorda que estaba bien encajada, si no hubiera ido al suelo.


—¡Pero cógelo con ganas, hombre! —Me reprochó— Venga, que voy.


Y volvió a mover la cadera con fuerza, mientras yo estaba ahí sentado, sujetando el cacharro como un pasmarote. No es que estuviera mal: las vistas de los abdominales de Hugo contrayéndose con las embestidas, sus muslos musculosos, su rabo desapareciendo absorbido por el juguete, su cara de goce, su labio mordisqueado, sus gemidos de gusto... Mirara a donde mirara tenía todo un espectáculo, pero es que yo también quería participar...


—Jo, Álex, tío, sujetándola otro es como follar de verdad. Nada que ver con una paja. Me muevo como si tuviera un culito real delante... Oye, muchas gracias por el regalo, en serio, me va a venir genial cuando no te tenga cerca...


—Ya, genial, de nada —dije un poco mosqueado. Es verdad que era su regalo, pero quería volver a probarlo—. Bueno pues ya.


Y como tenía el cacharro agarrado tiré y volví a recostarme en mi asiento y a meter mi polla, mientras Hugo todavía daba un par de embestidas al aire, de la inercia y velocidad que llevaba, antes de darse cuenta.


Mi polla entró apretada en el cacharro, caliente por el roce con el rabo de mi colega, a pesar de que la de Hugo es mucho más gorda, pero el cacharro no había dado de sí y sus relieves me llevaban al cielo. Bombee tan contento, cerrando los ojos de gusto, pensando que estaba entrando en el hueco donde un instante antes había estado otro rabo.


Los abrí un poco después, para ver cómo Hugo estaba abriendo también la polla de plástico. La sacó y la calibró entre sus manos. Luego se la puso al lado de la suya. Eran por el estilo de gordas, aunque la de plástico era más larga, más como la mía.


Se acercó a mí y mientras yo seguía dándole al fleshjack él empezó a acariciar mi cuerpo con la polla de plástico. Me quitó la camiseta y la pasó por mis pezones. La subió por mi cuello y la colocó muy explícitamente frente a mi boca. En cuanto la abrí él me la metió. Sabía raro, a plástico, pero con una textura no tan dura, más bien similar a la del fleshjack: gelatinosa y firme. La agarré con mi mano libre y comprobé que el tacto, aunque no era el de un rabo de verdad, trataba de imitarlo. Tenía incluso venas y arrugas en los cojones. Me pregunté fugazmente quién sería el modelo.


Hugo apartó mi mano, y empujando la polla de plástico desde atrás, por donde tenía una ventosa, trató de metérmela todavía más en la boca, pero no puede aguantar aquel grosor y aquel largo. La escupí y tosí, interrumpiendo el bamboleo del fleshjack.


—Cuidado tío —dije con la voz rota— Eso es demasiado... Creo que con ese regalo me he pasado, pero lo del fleshjack lo compensa...


—Ya, si al menos pudiera usarlo, pero vamos, que tú tranquilo, date gusto —me dijo con ironía—. Bueno, a ver si esta se te da mejor.


Y me plantó su propio rabo, el de verdad, delante de la cara. Sonreí goloso y me lo zampé. Hugo me follaba la boca mientras yo le daba caña al fleshjack sobre mi polla. Y con la polla de juguete me volvía a acariciar el cuerpo.  Las sensaciones en mi rabo eran tan intensas, estaba tan apretado y era tan brutal y bueno que, junto con la excitación de tener la mandíbula desencajada por el rabaco de Hugo me corrí sin poder evitarlo. Mis gemidos alertaron a mi amigo.


—¡No me jodas! —exclamó— ¡No me digas que me has llenado el juguete de lefote, cabrón!


Era inútil, mi polla se derramaba colmando aquel cacharro de leche caliente y abundante. La notaba aumentando la temperatura y húmeda en torno a mi rabo, mientras me moría de gusto. Cuando me serené me encontré mirando la cara de un Hugo bastante cabreado.


—Lo siento —me excusé con sinceridad—, es verdad que me he pasado, que es tu regalo... Deja que lo compense.


Y le empujé para que cayera sobre la cama. Quedó tumbado bocarriba, con su polla dura y firme apuntando a las estrellas. Me saqué el pantalón, que ya llevaba por los tobillos, y me subí encima con el fleshjack en la mano y mi polla morcillona empapada de lefa brillante. Volqué el juguete sobre su rabo, y mi lefa, que siempre me llega muy lejos pero no es muy espesa, salió líquida de él, cayendo sobre el morcón de Hugo y cubriéndolo de una película lubricante y caliente que se mezcló con la saliva de mi anterior mamada.







Me preparé sobre mi amigo, que parecía menos cabreado viendo lo que iba a pasar, y bajé mi culo hasta que su rabo resbaladizo entró en él. No lo hice con la fuerza que Hugo había empleado antes, pero a él le gustó igual, y cerró los ojos echando atrás la cabeza sobre el colchón. Empecé a cabalgar, tratando de ir cada vez más fuerte, aunque no era fácil con un pollón de ese calibre abriéndome el ojete. Me sentía partido en dos, pero también tan cachondo que mi polla volvió a recuperar la rigidez y golpeaba el vientre de Hugo con cada bote.


Cogí el rabo de plástico, que Hugo todavía agarraba en su mano, y ante su mirada caliente empecé a relamerlo sin dejar de botar. No podía con él entero en la boca, pero la imagen de mi culo tragando polla y mi boca haciendo lo mismo debía de ser tan estupenda que Hugo estaba visiblemente más caliente cada vez. Sus manos recorrían mi cuerpo, abrían mis nalgas, me empujaban para bajar más fuerte, me pellizcaban los pezones... Y después me empujó incorporándose.


—Estoy casi a punto, eres alucinante, y me pone mogollón verte con una polla por cada agujero, pero no quiero acabar todavía, quiero probar algo...


Y me giró sobre la cama, haciéndome quedar a cuatro patas. Luego me arrebató la polla de plástico y echándole un salivazo apuntó a mi ojete. Mi culo la tragó solamente gracias a que estaba tan dilatado por el pollón gordo de Hugo, pero esta llegaba más profundo, tanto que sentía cómo me empujaba por dentro, y tuve que gemir entrecortadamente cuando Hugo la empujaba más y más dentro.


—Joder, ten cuidado, es muy grande... —supliqué casi sin resuello.


—Pues tú decías que era estupendo para que ensayara yo, y me lo metiera por el culito —contestó Hugo, haciendo oídos sordos a mis súplicas y dándome un cachete en la nalga mientras me follaba con el falo de plástico.


—Creo que ya puedo volver a la acción —oí apenas que decía, con el culo más abierto de lo que nunca lo había tenido. Me alarmé cuando noté el rabo de Hugo por mis nalgas, y pensé que el muy capullo iba a tratar de meterlo junto con el de mentira.


Así fue, noté cómo hacía intentos, aunque sin éxito, por que mi culo tragara todo aquello.


—No puedo tío —dije por fin—, es demasiado para mi culo. Ya el de plástico me tiene destrozado. Tu polla es mi límite, es muy gorda, y no sé si la voy a aguantar ahora después de la follada que me has metido antes y luego con la de mentira...


—Joder, qué nenaza —exclamó, aunque en su voz noté un matiz de vergüenza por haberme llevado hasta ese límite, era un encanto.


Sin embargo, no sacó la polla de plástico. En lugar de eso se giró poniéndose frente a mí, y antes de que pudiera decir ¡maricón! ya me estaba follando la cara con su polla de verdad.


Me tenía a cuatro patas sobre la cama, mientras él estaba de pie. Las piernas las tenía abiertas y algo dobladas, para darme polla por la boca, y sus músculos estaban duros. Se inclinaba sobre mi espalda para seguir metiendo y sacando de mi culo el rabo de juguete, aunque con más delicadeza que antes. Reconozco que me excitó mucho. El ritmo de la follada en mi culo era más soportable, y su polla en mi boca sabía deliciosa. Me empecé a pajear sabiendo que mi segunda corrida no se haría esperar.


Y no lo hizo. Se produjo cuando noté que Hugo también se venía. Su lefa, siempre muy espesa, caía sobre mi lengua, mientras luego los embates de su rabo la empujaban y extendían. Mi boca enseguida estuvo llena a rebosar de jugo caliente, que tragué con esfuerzo porque aquella polla no dejaba de follarme la cara, más despacio, pero igual de profundo. Hugo quería aprovechar hasta el final las sensaciones de su orgasmo. Mientras, mi lefa le manchó la colcha de la cama, en una corrida menos potente que la primera, pero que igualmente me hizo estremecer de placer.


Al final nos quedamos relajados y satisfechos. Hugo sentado al borde de la cama, y yo en su silla de New York. Nos mirábamos sonrientes y jadeantes. Yo estaba muy contento de haber encontrado un follamigo tan alucinante (aunque a veces me sorprendía pensando en él como algo más a pesar de saber que era completamente hetero); y estaba claro que él se alegraba también de tener un follamigo con el que experimentar y con el que disfrutar tanto sin compromisos ni complicaciones.


—Me has manchado la colcha —me reprochó echando una ojeada a mi estropicio—. Te lo perdono porque me he pasado un poco con tu culo...


—¿Un poco? Lo tengo tan abierto que me entraría el pavo de la cena —refunfuñé, aunque había sido un buen polvo a pesar del destrozo de mis posaderas.


—Gracias por los regalos, nos han venido genial, seguro que los podemos disfrutar mucho más...


—Eso espero, ya que no me has regalado nada, confío en que me dejes usar de vez en cuando ese culo de mentira... Que las formas esas que lleva por dentro no las tiene uno de verdad y son flipantes...


—¿Es mejor que el mío?


—Ni de coña, tu culo de hetero virgen es tan cerrado que seguro que no hay otro mejor en el mundo, ni de verdad ni de mentira.


Ahora sí que nos habíamos quedado a gusto, tras descargar bien. Ya no sería tan dura la cena navideña y soportar la velada cada uno con su familia, llena de tías abuelas con historias del año catapúm deseando contarnos otra vez...
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