miércoles, 22 de noviembre de 2017

Gus se folla a un... ¿DILF?

No sé si D.I.L.F. (dad I'd like to fuck) lo describe bien... Yo había tenido fantasías con las madres de mis colegas. Bueno, con las que tienen bigote no... Y había visto alguna escena porno con M.I.L.F.'s. Pero para empezar no sé si el madurito con el que contacté el otro día  es padre, y además no es que sea especialmente atractivo. Lo tenía ahora delante de mí, impecablemente vestido con su traje caro y sus zapatos brillantes, y no era precisamente George Clooney a pesar de ello. Calvo, con más pelo en la barba que en la cabeza. Cara redonda y mofletuda. Barriga que su americana no ocultaba. Y más que rechonched en general. Salvo en el culo. ¿Por qué tantos hombres, con los años, desarrollan un culo plano? Él lo tenía grande, porque estaba gordo, pero plano, inexistente. Le faltaba una dimensión. Era perturbador. Menos mal que solo le vi por detrás cuando me guió desde la puerta de entrada hasta el salón de su casa.

Y esa es otra. Porque ahí estaba. Había cumplido como quedamos y fui el sábado por la mañana a verle. Y me encontré con un decorado rococó fuera del tiempo. La alfombra era un crimen. Y que las paredes y tapizados fueran a juego era inenarrable. No soy especialmente culto, nunca pensé que en mi vida usaría la palabra inenarrable. Ni siquiera sé cómo la conozco, a quién se la habré oído, pero ahora se había instalado en mi cerebro y no había forma de acallarla. Mirara donde mirara una vocecita repetía "inenarrable, inenarrable".

Joder, dónde me había metido... Pensé que no le conocía más que de hablar por cam. Podía ser un loco asesino de chulazos buenorros. Y yo era un chulazo buenorro, luego estaba perdido... ¿Cómo se las arreglarían las putas y los chaperos para no tener miedo cuando van a casa de un desconocido? A lo mejor es que sí lo tenían... Me encantaría tener ahora mismo un chisme de esos que están prohibidos, de los que dan descargas eléctricas, como coño se llamen. El que tiene el pescadero de La que se avecina. Me vendría de perlas... Solo por si acaso. Aunque fijo que le acabas pillando el gusto a eso de dar calambrazos...

Empezó a hablar y me sacó de mi verborrea mental. Joder, otra palabra rara, verborrea, estoy que me salgo... Será por la tapicería, tiene que haber aquí polvo de siglos, respirarlo tendrá sus efectos...


Me habló de temas sin importancia (hey, ¿habéis visto que no he dicho temas banales? ¡Estoy volviendo a ser yo mismo!) y me fue haciendo sentir más cómodo. Volví a sentir que este señor que caía simpático. Se le veía dicharachero y majete, y a pesar de ello le notaba un poco solo. No había fotos de familia o amigos por la casa. Y si para tener algo íntimo tenía que pagar siempre, seguramente tendría una existencia solitaria.

No soy tan profundo como para caer en los polvos por compasión. Creo. Da igual, el pavo me caía bien y según me iba tranquilizando iba recordando lo cachondo que me sentí el otro día, por la cam. Vi en sus ojos que le gustaba, así que decidí ir a saco:

—Bueno... ¿vamos a hablar mucho o prefieres hacer alguna o otra cosa? —Pregunté interrumpiéndole. Le noté vacilar.

—¿Seguro? Me acuerdo de que el otro día querías verme mejor. Ya me estás viendo, no tengo un cuerpazo como el tuyo y soy bastante más mayor...

—¿Y recuerdas también lo que te dije? Lo de mi polla y tu ojal, y perforarte, y gemir y...

—Sí, sí, claro que me acuerdo —me interrumpió—, pero quiero que lo hagamos solo si te apetece.

Me acerqué y le besé. Sorteé su barriga para hacerlo. Fui a agarrar su cintura, pero no logré localizarla, así que me limité a ponerle las manos en la espalda. Luego pensé que era más erótico bajarlas al culo, así que lo hice. Solo para encontrar los faldones de la americana y ese puto culo plano que me descolocaba. Demasiados pensamientos para un beso espontáneo... Pero no fue tan mal como parece. No fue bueno (él besaba diferente a los chicos jóvenes, no sé explicarlo... como a piquitos, incluso cuando era con lengua, debe ser cosa de otras épocas...), pero tampoco malo.

Me separé un poco, dejando una mano sobre su brazo. Él se apartó y se sirvió un trago. Me ofreció, pero lo rechacé. No bebo mucho, y no quería ponerme más nervioso. Aunque lo mismo me hubiera animado, a saber.

Siguió una especie de planing del día: quería follar y follar por la mañana, comer y follar y follar por la tarde, para resumir básicamente. A me chirriaba planearlo en lugar de ser más impulsivos, pero bueno, estaba en su casa, seguiría sus costumbres.

—Me encantaría que me echaras toda tu leche —seguía diciendo. Se estaba viniendo arriba, esperaba que no le diera un infarto—. En la cara, en la boca, en el pecho, que me preñaras... cada vez que te apetezca correrte, hazlo. Tantas veces como puedas. ¿Se te baja después? ¿Eres lechero? ¿Podrás hacerlo?

—Mira tío, me estás calentando la cabeza con tanta cháchara —le solté—. Tengo 20 años, no se me baja ni aunque le cuelgues piedras. Tengo tanta leche en mis pelotas que vas a ahogarte en ella. ¿Qué si podré hacerlo? ¿podrás tú hacer que me corra y tener aguante para mi polla?

—Creo que vamos a entendernos bien... Podrías desnudarte...

—Ya... eso ya lo probamos el otro día. Ahora vas a darme el gusto de verte yo —dije sentándome en un sofá con tapetitos en el respaldo y cruzándome de brazos—. Puedes empezar. Deja la corbata para el final, me hace gracia.

Vaciló un momento. No creo que fuera especialmente sumiso, ni yo soy un amo ni nada. No me gusta el sado ni esas cosas, respeto todo, pero no me va. Aunque parecía que las cosas funcionarían mejor si cogía un poco las riendas.

Tras pensárselo un momento se quitó la americana. La tiró al sofá a mi lado, y se desprendió un aroma a colonia de viejuno que casi hace que me desmaye. No sé cómo no la noté al besarle. Estaría demasiado perturbado palpando su culo plano.

Se aflojó la corbata y se desabotonó la camisa, sacándosela del pantalón. Llegados ahí volvió a vacilar. Entendí que a pesar de todo le daba apuro enseñar su cuerpo. Parezco más capullo de lo que soy en realidad, así que intenté animarle descruzando los brazos y llevando una mano a sobarme el paquete. Eso le animó a continuar. Se abrió la camisa, dejándome ver una mata de pelo ensortijado en la parte superior de su pecho, continuando con una franja estrecha hasta su ombligo, y más allá. La camisa dejó ver un par de pechos casi femeninos aunque caídos, como los que salen en los documentales de tribus perdidas. Y una barriga. O dos. O tres. Na, exagero, los hay mucho más gordos, pero el tío no era un Apolo precisamente.

Lo mejor llegó cuando se quitó la camisa y vi sus hombros. Una mata de pelo asomaba por ellos. Se me hizo muy raro, tanto pelo en los hombros y tan poco en la cabeza...

Mi madurito se quedó parado. Así que tuve que decirle que siguiera con los pantalones. Lo hice mordiéndome el labio, y ese gesto junto que no hubiera salido huyendo debió de aumentar su confianza. Se desabrochó el cinturón, lo deslizó por las presillas y lo sacó. Lo dobló y se dio un golpe con él en la nalga, como para darle ambiente. No pude evitar que se me escapara la risa: fue más cómico que excitante. Pero ayudó a seguir rompiendo el hielo. Yo empezaba a imaginar mis manos abarcando esas lorzas, ya sentía curiosidad por saber qué se sentía. Y él veía que el bulto de mi paquete crecía.

Se bajó el pantalón, dejando ver unos slips blancos muy clásicos. Unos slips blancos inmensos. Me hubieran servido a mí de disfraz de Casper para Halloween. Y entonces pasó: trató de sacarse los pantalones, pero los zapatos le estorbaban. Se quedó a la pata coja, tratándose de quitarse el zapato o el pantalón, lo que fuera, dando botes chiquititos. Pensé que en cualquier momento se caería y ni la alfombra podría amortiguarlo. Me reí abiertamente. Al principio creo que no le sentó bien. Me miró. Luego debió de ver franqueza en mi rostro, y se empezó a reír también. Y en ese momento nos hicimos amigos. A partir de ahí todo fluyó sin planificación ni órdenes de nadie.

Me levanté con mi polla claramente luchando por abrir un agujero en mis pantalones de chándal, tan fuera de lugar en esa habitación estilo imperio. Y le ayudé a desvestirse. Quedó con los macro slips y la corbata.

Volví a sentarme y él se quitó la ropa interior con un bailecillo que de nuevo me arrancó una carcajada, de la que él participó también. Y luego me los tiró, directamente a la cara. Me tapó por completo, casi me asfixio. Los cogí y vi que esos slips podrían servir de vela para un barco pequeñito. Tela.

Así que ahí le tenía, exhibiendo un pene pequeñito. Lo que le faltaba al pobre. Hay veces que el destino, Dios, o lo que sea se ensaña.

Me bajé la goma del pantalón, saqué mi polla ya tiesa y la envolví con los slips. Me pareció digna de una escena de La momia, así que mejor me limité a pajearme con una esquinita de los slip entre mi rabo y mi mano.

—Esta no va a chuparse sola, ¿sabes? —le dije. Ole mi elocuencia.

Vino y se arrodilló entre mis piernas, lo cual tiene su mérito con su constitución. Tuve que abrirlas al máximo, pero llegó hasta mi entrepierna y se amorró con desesperación. Nada de caricias, ni de lamer despacito primero, ni de agarrarla y mirarla. Directamente se la metió en la boca y mamó.

En esa postura vi que el vello de sus hombros se prolongaba más allá, bajando por su espalda. No quise pensarlo mucho. No tenía claro si me gustaba el vello.

Él me estiró la goma del pantalón, para dejar más espacio a su oral. Me sobó los huevos mientras chupaba incansable. Lo cierto es que hacía un buen trabajo, y no tardé en relajarme y dejarme llevar, echando atrás la cabeza, recostado en el sofá con los ojos cerrados. Resonó en mi cabeza el estribillo de la canción de Becky G, la parte de "a mí me gustan mayores, de esos que llaman señores". Él seguramente estaba centrado en lo de "a mí me gustan más grandes, que no me quepan en la boca"...

Sea como sea, si con los besos no era bueno, la mamada en cambio estaba siendo cojonuda. Tragaba rabo como si nada, hasta el fondo, a pesar de que tengo muy buen pollón. Yo le agarraba la cabeza y le follaba la boca a pollazos, y él seguía tragando sin problema. Había encontrado el paraíso en esa boca.

Le estuve agarrando de la corbata, manteniéndole junto a mi polla, aunque no era necesario, ya lo hacía él solito. Al final me pareció un estorbo, se la quité y la tiré por ahí. Y todo el tiempo él siguió concentrado en darme la mamada de mi vida.

Y su esfuerzo no tardó en tener recompensa, cuando al grito de "me corro" le solté mi esperma en la boca. Noté los labios apretarse más en torno a mi rabo, según la lefa lo iba recorriendo. La sentí salir con fuerza, y sentí el aumento de humedad y calor en torno a mi polla dentro de su boca. No derramó ni una gota, y siguió mamando, convirtiendo mi orgasmo en algo glorioso. Me flipó cómo aguantó mi descarga, que debió de ser monumental por la sensación de caudal recorriendo mi pene, llenando cada rincón de su boca, descendiendo por su garganta. Después me la lamió despacio, acabando de limpiarla. Cualquiera hubiera dicho que no había pasado nada de no ser por mi expresión de gusto total y su cara de gustarle el sabor de mi esperma.

—Me prometiste que no se bajaría y que tenías un surtidor de leche para mí —me recordó mientras dejaba de lamerla y me pajeaba flojito.

—¿Y tú la ves ni un poco más blanda? —Me reí, este tío me iba a dejar seco, y me estaba encantando—. ¿Qué tal si me enseñas el culo?

Se levantó y yo tomé el relevo de su mano pajeando mi polla. Seguía dura, pero sabía que después de esa corrida fabulosa tendría que seguir estimulándola para mantenerla, a pesar de mis bravuconadas.

Se giró dándome la espalda y me quedé en blanco. Aquello era una selva peluda. No supe diferenciar el pelo de la espalda del pelo del culo. Sin duda debo rectificar cuando pensé que tenía más pelo en la barba que en la cabeza: no es así, tiene más pelo en cualquier parte que en la cabeza. Especialmente en la espalda, es como si le hubieran dado la vuelta y estuviera del revés, ya que es más común tener pelo el pecho... Así que esto es lo que llaman un oso... Joder, no sabía qué hacer con esa mata de pelo, no sabía por dónde meter mano al culo...

—¿Te gustan los hombres con algo de vello? —me preguntó con descaro por lo del "algo"—. Veo que tú no tienes. ¿Te depilas?

—Me recorto el púbico. En las piernas casi no tengo... y no tengo más... Joder, te soy sincero, el único culo que me he follado era suave e imberbe. El tuyo parece un kiwi. Intentaré hacerlo lo mejor que pueda —le contesté, sabiendo que iba a estar escupiendo pelo mucho tiempo. En fin, a la tarea, y me puse a chuparle el culo mientras me acababa de quitar el pantalón. No fue fácil con él de pie. Aunque separaba las piernas, sus muslos se juntaban. Chupaba pelo sin llegar al ojete. Al final me puse de pie detrás de él quitándome a la vez la camiseta, y le lamí la oreja. Ahí no había peligro capilar. Mi polla quedaba atrapada en la calidez de su pelambre, y la punta sobresalía por el costado de su amplio cuerpo. Me aferré a una lorza, descubriendo un tacto muy diferente a los músculos duros y turgentes, pero que me despertó curiosidad. Era blando y suelto, pero también despedía calor. Pensé que cuando se la clavara sería como meterla en un puto horno, y me sentí muy excitado ahí, detrás de él, sobando sus michelines.


Le empujé para que quedara apoyado en el sofá, de rodillas, con el culo en pompa. Me eché un salivazo en el rabo y procedí a apuntar a su culo plano. Separé pelo y nalga para descubrir el ojete, y la metí. Aunque no le había dilatado apenas con mi beso negro, entró bien. Supongo que no lo tenía tan cerrado como un jovencito. Pero a mí me supo a gloria. Quizás mi polla no estaba tan apretada como cuando me follé a Edu, pero la sensación era genial. Y era cierto que la sentía muy caliente. Mi miembro estaba más duro que nunca y yo tan cachondo como si no me hubiera corrido un momento antes. Viendo que no tenía mucha resistencia, empuje sin contemplaciones. Me agarré a lorza y pelo, y me lo follé y follé, metiendo la polla hasta que mis cojones le golpeaban. Él gemía y pedía más. Le follé tan fuerte que acabé gritando y sudando, y nos encantó a ambos. Su espalda peluda acabó empapada, con el pelo mojado.

Alargué una mano por debajo de su barriga, y entre los pliegues localicé su pollita. Tumbado sobre él, con su espalda empapando mi pecho, le masturbé a la vez que le follaba sin piedad. Mi polla nunca había encontrado un agujero tan receptivo. Joder, no puedo creer que alguna vez hubiera tenido dudas de follarme a un gordito madurete... Cierto que un chaval como Edu, por ejemplo, me pone a mil, pero esto me abría un nuevo horizonte de posibilidades...

—¡Préñame! ¡Préñame! —Acabó gritando con desesperación. Y le preñé, haciendo un sprint en mi follada que culminó en otra corrida, esta vez en su culo. De nuevo sentí la lefa atravesar mi rabo. Noté que no era tanta como antes, pero aun así varios chorros abundantes colmaron su ojete y le rellenaron de jugo caliente. Él a la vez mojó el sofá con su propia corrida, en chorros blanquecinos que eran rápidamente absorbidos por la tapicería y que apenas podía ver debajo de su gran cuerpo.

Le di un empujón final que le clavó mi rabo y le desestabilizó hacia delante, antes de sacarla, empapada en lefa que usé como lubricante para pajearla suave y mantener todavía la erección.

Él se giró como un león marino sobre el sofá, quedando despanzurrado sobre él.

—¿Todavía quieres más? Porque ya ves que esta sigue dura —dije sacudiéndome el miembro.

Se rió. Dijo que estaba bien de momento, que le diera un respiro. En secreto me alegré de descansar un poco.

Fuimos a la cocina y descubrí que estaba ante un gran cocinero. Y también que cocinar en pelotas tiene un gran encanto. Bueno, yo iba desnudo, él con un delantal que dejaba ver su culo plano y su pelaje. De todas formas no resulta tan encantador cuando el aceite te salta a los cojones. La segunda vez que me quemé los huevos acepté ponerme un delantal, aunque sentía que estaba ridículo. Él no pensaba igual, y acabé recibiendo otra mamada mientras se hacía no sé qué al fuego.

Almorzamos y remoloneamos durante las horas de después, tirados en el sofá escuchando música y charlando. Su cuerpo inmenso pegado al mío daba tanto calor que me descubrí pensando que sería genial verle los días de frío.


Después, cuando volvió a tener ganas de jaleo, empezó a darme esos besos raros suyos, a bajar por mi cuello y seguir por mi torso. Me llevé un chasco cuando se saltó mis genitales y siguió por la pierna. Al final llegó a los pies. Él no se quitaba los calcetines, decía que no quería que le viera los pies, así que yo llevaba mis zapas. Me las quitó. Casi esperé que las oliera, pero no llegó a tanto. Simplemente las tiró por ahí, y luego empezó a mordisquearme los dedos. Se metió el gordo en la boca y lo lamió, mirándome. Lo cierto es que ese rollo no me excitaba, seguía con la polla blanda, apoyada algo torcida sobre mi vientre, con los huevos colgando. El tema pies me da incluso un poco de asquete, pero si a él le molaba, pues que tragara pies... Mientras luego le diera gusto a mi rabo, pues que se divirtiera un poco, no me importaba. Así que lamió y rechupeteó hasta hartarse. A veces me hacía cosquillas, y a él se le puso la colita dura. Casi ni se le veía entre el vello, pero la tenía bien tiesa. Estaba claro que tenía ganas de más...



Así que la tarde transcurrió con más sexo. Debí de dejarle el culo reventado, y aún así seguía pidiendo más. Cumplí mi palabra y perdí la cuenta de las veces que me corrí, aunque al final tenía la polla ya dolorida y no salían más que gotirrininas. Él seguía esperándolas con ansia y limpiándomelas con la lengua si no caían sobre o dentro de su cuerpo.



Acabé exhausto y sin fuerzas. Pensé que no podría volver a follar de lo que me dolía la polla, y no quise ni pensar en lo que le dolería a él el culo y la mandíbula. De todas formas estaba contento: había sido un día de la ostia, y me prometí no volver a juzgar por el aspecto.

—Gracias por este día —me dijo tras una ducha que había culminado en una corrida más y otra ducha—. Imagino que no querrás repetir... Tendrás un montón de chavales guapos que follarte. Por no hablar de las chicas.

—Bueno, podríamos arreglarlo, siempre que me des un poco de tregua y no me exprimas tanto —respondí entre risas.

—Estupendo. Podríamos quedar una vez al mes, por ejemplo. Podría permitirme ponerte ese "sueldo mensual".

Yo la verdad que me había olvidado de su oferta de pagarme. Me sentía suficientemente satisfecho con cómo habían ido las cosas, e iba a decirlo cuando siguió hablando:

—Tienes cara de decir alguna tontería como que no hace falta que te pague, así que mejor no digas nada. Puedo permitirme recompensarte un poco, y creéme que he pagado a chicos que no se han implicado ni una décima parte de lo que lo has hecho tú. Me has hecho sentir como si fuéramos amigos, y espero que lo seamos. Voy a ver si recojo el desorden que hemos dejado. Cierra al salir, por favor.

Y se dio media vuelta sin que pudiera replicar. Junto a la puerta estaba mi pago: un fajito de billetes con el careto del alcalde de FuckingCity estampado en cada uno. No sé lo que es usual pagar, y menos por todo un día de sexo, pero a mí me pareció generoso. Y además lo había pasado genial.

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